Usted va a escribir un artículo para una revista, y se tropieza de frente con un editor que le dice:
... —Eso está muy largo. Nadie se lo va a leer.
Usted hace una crónica, y un editor desecha una tercera parte de lo que escribió para que las fotografías puedan ser más amplias. Usted le pregunta por qué quiere que las fotografías sean tan grandes, y el editor le responde:
—Porque la gente ve las fotos pero no lee.
—Olvídate: la gente no lee. Córtale tres mil palabras.
—Haz el artículo para que se pueda leer desde los pies de fotos: la gente no lee.
—Que los destacados sean grandes porque eso es lo que va a leer la gente. La gente no lee.
Entonces usted se pregunta: si este editor cree con tanta certeza que la gente no lee, ¿porqué no se va a hacer televisión? Si la gente no lee, ¿para qué hace revistas?
Yo me permito suponer lo contrario: la gente lee. Lee lo que le despierta curiosidad: claro que lee. Pero no le despierta curiosidad un artículo en el que un editor ha concentrado su esfuerzo, no en encontrar un tema que despierte asombro y tenga algo de belleza narrativa, sino en aplastar el texto que le han traído: en recortarlo, llenarlo de fotos amplias y destacados gigantescos porque la gente no lee. Es obvio: ¿quién diablos se va a leer algo a lo que se le nota el prejuicio de haber sido hecho para el consumo de un idiota?
Primero pensemos en el tema: si el tema despierta una curiosidad elemental, casi infantil, cualquiera se lo lee. A usted se le muere un familiar, va a una capilla, dice unas oraciones y luego ve que el ataúd se desliza hacia una pequeña puerta que cierran. ¿No es verdad que quiere saber qué hay allá detrás? ¿No es verdad que quiere saber si de verdad van a quemar el cadáver, y cómo es el horno, y cuántas personas trabajan en eso, y cuántos cadáveres reciben al día, y si les ha pasado algo curioso con esos cadáveres?
Si el tema es bueno, de entrada lo empiezan a leer. Y si está bien escrito, lo leen entero.
Eso es todo. En eso consiste todo el asunto.
En que el tema despierte curiosidad y esté bien escrito.
Y generalmente los que mejor escriben son los escritores porque viven de eso.
Y no hay que cortar el artículo, ni que sustituirlo por fotografías.
Ante esos editores empecinados en hacer revistas bajo el supuesto de que nadie lee, me permito pensar lo contrario: ¿qué tal si por una vez los editores suponemos que la gente no lee porque la revista que hacemos está hecha para no leer: solo para ver fotos y botar a la basura? ¿Qué tal si por una vez nos echamos la culpa, y nos damos cuenta de que si uno hace una revista para que la gente lea, suele pasar que en efecto la gente lee?
(Fragmento del prólogo del libro Crónicas de SoHo, por Daniel Samper Ospina)
.
El reto para quien escribe (formal o informalmente) será atrapar con su escrito al lector.
Todo escritor, de acuerdo al género y temática de sus textos, encontrará un nicho de acuerdo al variopinto gusto y nivel educativo de sus lectores.
Si bien el lector tiene el derecho a tener siempre la última palabra, para juzgar a su gusto y antojo un texto; así el escritor, ejercerá su oficio (o hobby) goce o no de la venia de lectores y/o editores.
Todo lector goza del inalienable derecho de elegir el material que ha de leer y no es motivo de condenación el que seleccione un texto científico, una revista Vanidades para leer a Corín Tellado, que compre en el supermercado un pasquín de Condorito o un libro de Coelho, da igual. Todos somos libres de alimentar a gusto propio nuestros cerebros y nuestros estómagos.
Tanta obviedad a dónde conduce? A acotar que lo único que resulta imposible a un escritor es complacer o agraviar a un lector que no lee, porque éste último como tal no existe. Siendo así, cómo es posible que ese lector-nolector elogie o critique lo que en realidad no leyó?
Redacción; Elena Pereyra (Nicaragua)
Fuente: Prólogo del libro Crónicas de SoHo, por Daniel Samper Ospina
... —Eso está muy largo. Nadie se lo va a leer.
Usted hace una crónica, y un editor desecha una tercera parte de lo que escribió para que las fotografías puedan ser más amplias. Usted le pregunta por qué quiere que las fotografías sean tan grandes, y el editor le responde:
—Porque la gente ve las fotos pero no lee.
—Olvídate: la gente no lee. Córtale tres mil palabras.
—Haz el artículo para que se pueda leer desde los pies de fotos: la gente no lee.
—Que los destacados sean grandes porque eso es lo que va a leer la gente. La gente no lee.
Entonces usted se pregunta: si este editor cree con tanta certeza que la gente no lee, ¿porqué no se va a hacer televisión? Si la gente no lee, ¿para qué hace revistas?
Yo me permito suponer lo contrario: la gente lee. Lee lo que le despierta curiosidad: claro que lee. Pero no le despierta curiosidad un artículo en el que un editor ha concentrado su esfuerzo, no en encontrar un tema que despierte asombro y tenga algo de belleza narrativa, sino en aplastar el texto que le han traído: en recortarlo, llenarlo de fotos amplias y destacados gigantescos porque la gente no lee. Es obvio: ¿quién diablos se va a leer algo a lo que se le nota el prejuicio de haber sido hecho para el consumo de un idiota?
Primero pensemos en el tema: si el tema despierta una curiosidad elemental, casi infantil, cualquiera se lo lee. A usted se le muere un familiar, va a una capilla, dice unas oraciones y luego ve que el ataúd se desliza hacia una pequeña puerta que cierran. ¿No es verdad que quiere saber qué hay allá detrás? ¿No es verdad que quiere saber si de verdad van a quemar el cadáver, y cómo es el horno, y cuántas personas trabajan en eso, y cuántos cadáveres reciben al día, y si les ha pasado algo curioso con esos cadáveres?
Si el tema es bueno, de entrada lo empiezan a leer. Y si está bien escrito, lo leen entero.
Eso es todo. En eso consiste todo el asunto.
En que el tema despierte curiosidad y esté bien escrito.
Y generalmente los que mejor escriben son los escritores porque viven de eso.
Y no hay que cortar el artículo, ni que sustituirlo por fotografías.
Ante esos editores empecinados en hacer revistas bajo el supuesto de que nadie lee, me permito pensar lo contrario: ¿qué tal si por una vez los editores suponemos que la gente no lee porque la revista que hacemos está hecha para no leer: solo para ver fotos y botar a la basura? ¿Qué tal si por una vez nos echamos la culpa, y nos damos cuenta de que si uno hace una revista para que la gente lea, suele pasar que en efecto la gente lee?
(Fragmento del prólogo del libro Crónicas de SoHo, por Daniel Samper Ospina)
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El reto para quien escribe (formal o informalmente) será atrapar con su escrito al lector.
Todo escritor, de acuerdo al género y temática de sus textos, encontrará un nicho de acuerdo al variopinto gusto y nivel educativo de sus lectores.
Si bien el lector tiene el derecho a tener siempre la última palabra, para juzgar a su gusto y antojo un texto; así el escritor, ejercerá su oficio (o hobby) goce o no de la venia de lectores y/o editores.
Todo lector goza del inalienable derecho de elegir el material que ha de leer y no es motivo de condenación el que seleccione un texto científico, una revista Vanidades para leer a Corín Tellado, que compre en el supermercado un pasquín de Condorito o un libro de Coelho, da igual. Todos somos libres de alimentar a gusto propio nuestros cerebros y nuestros estómagos.
Tanta obviedad a dónde conduce? A acotar que lo único que resulta imposible a un escritor es complacer o agraviar a un lector que no lee, porque éste último como tal no existe. Siendo así, cómo es posible que ese lector-nolector elogie o critique lo que en realidad no leyó?
Redacción; Elena Pereyra (Nicaragua)
Fuente: Prólogo del libro Crónicas de SoHo, por Daniel Samper Ospina
Muy interesante tu blog. Saludos.
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